1913
Saturnino Herrán
1.82 x 2.10m
Museo Nacional de Arte
Ciudad de México
Vemos a un grupo de seis personas que viaja en trajinera por los canales de Xochimilco. Parece una familia de campesinos. Cargada con flor de cempasúchil, la embarcación de madera se dirige al camposanto impulsada por un remero de pértiga que no vemos, pero imaginamos, del lado derecho fuera del cuadro.
La obra es grande y los personajes, pintados casi al tamaño natural, tapan el paisaje. Sin embargo, el artista decidió no poner toldo sobre los arcos de la trajinera para permitirnos ver, apenas, otras embarcaciones en las aguas lúgubres, típicas de este lugar.
La composición en varios planos es compleja y el tratamiento de la luz y el color magistral. Vemos un «pincel implacablemente verídico», como lo describió el poeta López Velarde.
El primer plano lo ocupa una madre sentada. En su espalda, un bebé duerme amarrado con un rebozo muy oscuro.
Desde el segundo plano, una niña adusta nos mira de frente, desafiante. Sólo ella nos mira.
En el tercer plano, el punto focal de la obra, un joven de pie, vestido de manta blanca, carga un ramo de flor y se apoya sobre un palo. La luminosidad de su ropa contrasta con el ambiente sombrío de la escena.
En el cuarto plano vemos a un hombre de pie mirando al cielo con un remo al hombro y otro en cuclillas, cerca de la proa. Nos dan la impresión de ser viejos – uno más que el otro-.
Es el día de los Santos Difuntos y llevan una ofrenda de flores.
Da la impresión que en este cuadro el artista interpretó el clásico tema de «las etapas de la vida» donde la muerte llega sólo a los más ancianos. Sin embargo, aquí todos los miembros de esta familia triste y sombría, parecen dirigirse hacia lo inevitable sin importar su edad.
Percibimos que no se trata de las etapas de la vida. No, el tema aquí es la muerte.
La ofrenda, excepcional y compleja, es obra del joven prodigio Saturnino Herrán. La pintó a los veintiséis años, cinco antes de morir.